Como estudiante de Medicina en la Universidad de Buenos Aires, quisiera ofrecer un comentario sobre algunos Médicos que han, en estos cinco años, sido objeto de mi atención, todos ellos por su compromiso con la profesión. No obstante, es muy injusto limitarme a quienes consiguieron el título de médico; son numerosas las contribuciones al titánico universo de la medicina pertenecientes a personas sin (ese) título. Claros ejemplos son Louis Pasteur y César Milstein, entre otros. A todos ellos, mi profundo y respetuoso reconocimiento. De hecho, en el libro La Ciudadela (altamente recomendable para estudiantes de medicina, por cierto), de A. J. Cronin, el personaje principal, el Dr. Andrés Manson, arriesga su matrícula al asociarse con un sujeto no-médico que tenía amplia experiencia en el tratamiento de la tuberculosis, con el único fin de hacer el bien (y lo logran...).
Podría, muy apropiadamente, comenzar con el Dr. Bernardo Houssay, el primer premio Nobel de Medicina no sólo de nuestro país, sino también de toda Latinoamérica. Desde mi pequeño lugar de alumno, para mí es un orgullo decir que me formo en la misma Facultad en que él estudió, enseñó e investigó. Pocos saben que en el primer piso del sector Uriburu está el Museo de Historia de la Medicina, en el que se hallan muchos de los instrumentos que usó este forjador de la Medicina. Pero más triste aun es que pocos saben quién fue y qué hizo, y que él y su equipo llevaron la Escuela de Fisiología argentina al conocimiento del mundo. Se comenta por los pasillos de la facultad que no su trato con la gente que lo rodeaba no era muy, digamos, aceptado, y que los alumnos lo apreciaban sólo por sus conocimientos y no por sus habilidades sociales. Pero de más está decir que eso no cambia ni desvaloriza todo lo que consiguió por la Ciencia. Destaco las siguientes palabras suyas:
No deseo estatuas, placas, premios, calles o institutos cuando muera. Mis esperanzas son otras. Deseo que mi país contribuya al adelanto científico y cultural del mundo científico actual. Que tenga artistas, pensadores y científicos que enriquezcan nuestra cultura y cuya obra sea beneficiosa para nuestro país, nuestros compatriotas y toda la especie humana.
El Dr. Federico Leloir también ganó un premio Nobel de Medicina, por su trabajo sobre los nucleótidos derivados del azúcar. Me causa un poco de gracia que tuvo ciertos inconvenientes con Anatomía: tuvo que rendir el final correspondiente en cuatro oportunidades. Pero lo importante es que quienes lo hayan descalificado -si es que alguien lo hizo- por su dificultad con esa materia del primer año, se habrán dado cuenta que una cosa no quita la otra, o sea que cuatro bochazos en una materia no eliminan la posibilidad de un Nobel.
El Dr. Eduardo De Robertis (padre) fue un médico con una amplia trayectoria en el campo de la investigación, parte del cual desarrolló en nuestro país, en la cátedra de Histología, y otra parte en el exterior. Es muy conocido su libro Biología celular y molecular de De Robertis, obra que, en realidad, es una edición revisada por su hijo, Hib y Ponzio, y cuyo nombre original fue Citología general y molecular. Poco conocimiento tiene el rumor que dice que su amabilidad fue depuesta de manera perentoria cuando se le negó el premio Nobel que recibieron Katz, von Euler y Axelrod, respectivamente británico, suizo y estadounidense, en 1970, por:
their discoveries concerning the humoral transmittors in the nerve terminals and the mechanism for their storage, release and inactivation.
De Robertis había logrado identificar, antes, los neurotúbulos y las vesículas sinápticas, imprescindibles para la transmisión humoral.
No podría faltar el Dr. René Favaloro. Médico argentino, brillante en su especialidad, fue reconocido en todo el mundo por sus aportes a la cardiología y cirugía cardiovascular, al punto que, por ejemplo, en la Universidad de Tel Aviv (Israel) existe una Cátedra de Cirugía Cardiovascular con su nombre. Sólo una de sus contribuciones a la Medicina es haber diseñado el by-pass coronario, o derivación aortocoronaria, en la Clínica de Cleveland, Estados Unidos. De médico rural en La Pampa, a la Fundación y Universidad que llevan su nombre. Pero también se lo recuerda, antes y luego de su trágica muerte, por su alta calidad humana, con la que empapaba a cada paciente que trataba e inundaba cada conferencia que daba. Su compromiso con la docencia le ha merecido el título de Maestro, título que no está certificado en ningún papel, sino validado en el corazón de sus aprendices. A este propósito, cito un fragmento de Don Pedro y la educación, libro de su autoría:
A mi entender lo que más debe preocuparnos es volver a despertar en los niños y en los adolescentes los valores esenciales, sin los cuales poco importa su capacitación técnica o profesional. Es indudable que la única manera posible es por medio de una sólida formación humanística. Una vez más, entendámonos bien, como lo estableció con claridad don Pedro Henríquez Ureña: humanismo militante con profundo contenido social en defensa de la libertad y la justicia. La educación estará permanentemente centrada en la búsqueda "del hombre libre abierto a los cuatro vientos del espíritu", entendiendo que el goce de la libertad individual conlleva un compromiso social en procura de un ideal, una utopía, "el ideal de la justicia" en busca de la "magna patria", "la tierra de la promisión para la humanidad cansada de buscarla..."
Sugiero el siguiente fragmento de una entrevista que se le realizó, como prueba y muestra de lo dicho: http://www.youtube.com/watch?v=KsEF4BXpHak&feature=related
Estoy seguro de que nos sobran modelos de médicos argentinos que vale la pena admirar, aquellos comprometidos con la Medicina, con la Ciencia, y más necesario aun, comprometidos con sus pacientes. Y sólo mencioné a cuatro, de muchos.
Mi opinión es que cualquiera de nosotros podría ser, en el futuro, tan trascendental como los doctores Houssay o Favaloro; dudo mucho de que se trate de tener muchas neuronas. Este último dijo en la entrevista referenciada ut supra:
...yo no creo en los genios; los genios no existen. Lo que existe es el esfuerzo, el sudor, el trabajo y la dedicación, dentro de una línea ética.
Creo que pasa, también, por tomar unos minutos de reflexión y decidir qué nivel de compromiso vamos a asumir: por ahora, con nuestra formación de pregrado, y más adelante con nuestros pacientes, o con la investigación, la ciencia y la sociedad, si la medicina asistencial no es la elección. Es fundamental no olvidar que Universidad viene de "universo", pero lamentablemente mucha gente cree -tal vez sin haberlo razonado- que alcanza con saber mucho de una disciplina para ser bueno en ella: ojalá que algún día se retome oficialmente el concepto de formación universal, sí con un núcleo determinado como puede ser Medicina, que incluya en la periferia a todo lo demás: arte, filosofía, literatura, historia, política...
¿Vamos a estudiar para zafar, o para aprender? ¿Nos vamos a sentar a estudiar la menor cantidad de tiempo posible, o la que haga falta? ¿Vamos a memorizar o a entender? ¿Nuestro modus operandi (como sarcástica -y a la vez perspicazmente- ejemplificó una docente de Patología durante un final) va a ser aspirina para el dolor por arriba del diafragma, y buscapina si es por debajo del mismo, o nos vamos a tomar el tiempo para hacer unos adecuados anamnesis y examen físico, y arribar al diagnóstico correcto?
Un saludo para todos los lectores, y para el Dr. Politi un agradecimiento por ceder el espacio para expresar estas ideas.
Ignacio Santarelli
Nuevo podcast de psicofarmacología (en inglés)
Hace 6 años
Estimado Ignacio:
ResponderEliminarMuchas gracias por tu aporte y por tu llamado a la reflexión y al compromiso. Se dijo que "es improbable reflexionar sobre el tiempo presente sin incomodar a muchos" (Maquiavelo).
Ahora bien, como moderador no puedo menos que invitar a corregir algún sesgo del registro: son solamente varones los modelos de rol de la Medicina del siglo XX y XXI en nuestro país?
Sin esforzar demasiado la memoria, podemos recordar, en la docencia universitaria a la Dra Eugenia Ramos, verdadera formadora en el área de Química, a las investigadoras Dras Eugenia Lustig (oncología básica) y Lidia Coriat (clínica neurológica infantil), a una serie de médicas que - como tantos y tantas más - ponen su mejor esfuerzo en pro del hospital público, en asistencia, docencia e investigación clínica: las Dras Silvia Quadrelli, Patricia Vujacich (ambas neumonólogas), Alejandra Rabadan (neurocirugía), en la atención primaria, colegas como las Dras Lucía Dri (Formosa), Sandra Gómez (Resistencia) y Analía Bordón (San Pedro, Misiones) y en la política de la salud para todos, especialmente las Dras Susana Etchegoyen y Graciela Scorzo. Y soy tan injusto, porque mi limitada memoria es sesgada (por lo que pido disculpas), pero como botón de muestra, debería alcanzar.
También me atrevo a señalar que no es necesario acceder a un premio Nobel, ni estar en boca de todos, para contribuir positiva y decisivamente en algún aspecto valioso. Cada compromiso cuenta. De otro modo, podría ser inalcanzable la exigencia.
Esto no va en desmedro, sino en clarificación y amplificación de lo que has expuesto. Pero demos una visión balanceada.
Saludos cordiales,
Pedro
Ignacio:
ResponderEliminarEstoy casi sin tiempo, por lo cual leí rápido y no puedo extenderme, como quisiera, en el comentario.
Es un excelente llamado a la reflexión, enriquecido, por los sabios y maquiavélicos (a mi entender no es mala palabra) aportes de Pedro.
Es más que provechoso el video del dr. Favaloro. Gracias por compartirlo.
Les dejo un abrazo. Diego.
A mi me gusto tambien la entrada. Lo unico que puedo decir igualmente es que los premios Nobel me parecen una porqueria: se premia al supuesto "descubridor" en desmedro de comunidades cientificas enteras que tambien trabajan arduamente.
ResponderEliminarNo creo que los logros cientificos deban estar etiquetados con el nombre de alguien, pues son el resultado del trabajo de muchos.
Saludos!
Diego.